Me encontraba un miércoles (19/02/2020), en el Chorro de Quevedo, faltaban minutos para que el cielo se manchara de un atardecer, algo pálido a diferencia de otros días. Me encontraba con dos amigos míos. Por cuestiones de privacidad, sus nombres nos serán mencionados, no obstante, serán identificados por las iniciales: C y E. C es alto y delgado, en su rostro predominaban sus grandes cejas y unos labios grueso, usualmente portando una gorra hacía atrás, su rasgo característico su arrogancia, no raro para su edad o al menos no al punto de preocupar. En cambio, E; bajita y delgada, pestañas largas y labios delgados, su cabello en ese entonces largo y negro, su rasgo característico su inocencia. Ellos como cualquier otro, buscaban pasar un rato agradable dentro del ambiente que se forma en el Chorro. Situados en el centro, donde se orienta la fuente... a las 5:15 de la tarde, bebíamos cada uno de nosotros una que otra cerveza, nos deleitábamos de cebada para apaciguar nuestra situación.
De momento se acerca una señora, con un rompecabezas en base de alambres; un juego que se necesita de paciencia para ser completado. El aspecto de la señora se aproximaba a la edad de una señora de 65 años, su cabello era una combinación de rojo y una gran cantidad de canas que resaltaban sus ojos avellana, no era tan baja a diferencia de E, la señora vestía un vestido, mejor conocido como traje de flamenca (también conocido como “de gitana"). Fue sencillo percibir la razón de su presencia ante nosotros, necesitaba vender o promocionar su juego de alambres. Se sienta frente de nosotros y empezó a enseñarnos la estrategia del juego, mientras que lo hacía… surgía un gran interés por saber de dónde provenía su estilo. Sin embargo, C actúo de forma instantánea, y le preguntó con curiosidad:
- ¿De dónde es usted?
Ella entre sonrisas, contesta:
- Soy gitana, mi familia llegó a Bogotá para escapar de los conflictos que se formaban en su país (India), yo nací en Bogotá, así que también debería de tener derecho a muchas cosas que deberían tener un residente de este país.
- ¿Y no? – pregunté…
- Con solo ser pobre se es suficiente para morir de hambre en este país. – ella contesta con un tono de decepción.
- Cierto. – responde C sin sorpresa.
La charla se detuvo aproximadamente 10 – 15 minutos, en ese lapso nos guiamos más por discutir sobre cuál es mejor partido político o al menos, cuál era el menos peor. Después de finalizar el tema, tampoco obtuvimos ninguna respuesta. Sin embargo, continuamos con el tema de origen.
La señora dice:
- Al igual, el trato que se le dio a mi familia al comienzo de haber llegado a este país, no fue el mejor.
- ¿No fue el mejor? – repetí dudando.
- Los conflictos armados demostraron una gran discriminación hacia nuestra cultura, secuestraban, amenazaban y mataban a nuestra gente, incluso quienes compartían sangre residente (colombiana) no quedaba exonerado de no sentir miedo provocado en ese entonces por amenazas. – sus ojos se abrían con algo de sorpresa, como si aún pudiera sentir aquella sensación de inseguridad.
Aproveché la oportunidad que tenía ante mis ojos, y pregunté:
- ¿Han cambiado las cosas?
- ¿Del cómo todo era antes? – me preguntó mientras alzaba una ceja y seguía asesorando a E con el juego de alambres.
- Sí. – contesté.
- Ahora es ilegal matarnos, pero, no significa que haya tolerancia o seguridad cuando trabajamos o sobrevivimos en la ciudad. Siempre existirá gente que no tendrá el mínimo respeto… un exceso de poder, diría yo. – decía ella, mientras terminaba de hacernos la demostración de su producto.
- Muchos de los gitanos que conozco, miente sobre su identidad por miedo a ser rechazados.
Después, se levantó… recogió el juego, y se alejó de nosotros.